¿Qué ingredientes tiene que tener una buena historia?
Se ha escrito mucho sobre narrativa, y desde Aristóteles se han creado toda clase de modelos y paradigmas que tratan de responder a esa pregunta. Hace poco incluso se publicó un artículo científico al respecto en la revista Science. Pero lo cierto es que la mayoría de los que nos dedicamos a contar a historias nos guiamos sobre todo por la intuición. Si tuviese que dar mi fórmula, y más allá de consideraciones estructurales, diría que toda buena historia necesita unos buenos personajes y una cierta dosis de verdad.
En un momento donde se apuesta por remakes y secuelas de historias que ya conocemos, ¿crees que hay margen para crear algo totalmente nuevo y original?
No tengo ninguna duda. Es cierto que vivimos en la era de la IP, la propiedad intelectual, especialmente en el cine. Las películas y series que más suenan, esas que se llevan los grandes presupuestos y las grandes promociones, son artefactos diseñados para alimentar esas propiedades intelectuales, siempre hambrientas de nuevos productos. Pero no es lo único que existe ni mucho menos. En cine, en literatura, en cómic y en podcast hay historias originales que ofrecen perspectivas únicas de sus autores y autoras.
¿Es el podcast el nuevo formato donde explorar los proyectos de ficción?
El podcast de ficción, lo que llamamos ficción sonora o audioserie, hunde sus raíces en las antiguas radionovelas. Lo novedoso es la forma en que se produce y se distribuye (por internet), dos cambios impulsados por los avances tecnológicos. Podemos decir que la irrupción de la ficción sonora es, en realidad, el redescubrimiento de una hermosa y antigua forma de contarnos historias.
Algunos de tus trabajos (El Gran Apagón, Guerra 3, La firma de Dios, La Quiebra) comparten un enfoque pesimista sobre el futuro, y nos hablan del colapso de la civilización de diferentes formas. ¿Son las distopías las historias en las que nos refugiamos cuando pensamos en lo que vendrá?
La ficción especulativa, que es una rama de la ciencia ficción, siempre ha sido una manera de hablar indirectamente de los problemas del presente. Un espejo deformado. En todas esas series que mencionas se habla de problemáticas o debates actuales: la crisis energética, las fake news, la tensión entre ciencia y superstición, la fragilidad del sistema informático global… No creo que sean tanto una manera de refugiarnos de nuestro tiempo como de intentar comprenderlo mejor.
Has creado y dirigido varios programas de televisión culturales, y ya sabemos que estos no suelen ocupar generalmente el prime time de la parrilla, ¿qué crees que falla, una apuesta más decidida por parte de las cadenas o el desinterés de la audiencia?
Las cadenas de televisión tradicionales viven de la publicidad, como todo el mundo sabe. Lo que hay entre un bloque de anuncios y otro, esos programas, series e informativos, tiene una única función desde la perspectiva contable: que el espectador aguante frente al televisor para ver los anuncios. Y los programas divulgativos, es cierto, no dan tanta audiencia como otros géneros. De ahí que mis programas, hasta el día de hoy, solo hayan encontrado acomodo en televisiones públicas que no deciden su programación en base a consideraciones exclusivamente económicas. Por suerte, algunos de ellos sí se han emitido en prime time, como es el caso de Órbita Laika.
El invasor es la última novela gráfica que has escrito, ¿cómo es escribir para un formato tan visual como el cómic?
Cada guionista de cómic tiene su manera de trabajar, que puede cambiar en función del dibujante con quien colabore. Con Álex Orbe, que es el estupendo dibujante con quien he tenido la suerte de publicar dos cómics, el proceso es muy sencillo. Yo hago unos guiones muy precisos, detallando cada página y cada viñeta, que Álex reinterpreta a su manera. Hace entonces una contrapropuesta que debatimos y vamos alterando. Solo cuando los dos estamos de acuerdo se da por buena la puesta en página.
¿Qué es para ti una marca valiosa y qué cualidades debe tener?
Creo que, como las buenas historias, una marca debe apelarnos emocionalmente. Si pienso en las marcas a las que soy fiel, y por mucho que pretenda racionalizarlo, lo cierto es que me gustan por razones que van más allá de lo intelectual.